Toda la poesía de Nadia Prado parece ser impulsada por un deseo vital: escribir. La incomprensión ante el mundo –ante su banalidad, su máquina de producción y explotación, su violencia, su membrana mortuoria que parece cubrirnos y que nos asfixia– libro a libro frena al yo, que a veces parece derrumbarse, pero que no deja de cavar. La experiencia de leer poesía es ingresar a la bruma de habitar un mundo violento y oscuro, inhumano, que nos expulsa. Visto así, su escritura no puede sino no comprender, querer recordar y olvidar lo vivido, buscar un gesto de ternura y encontrar un golpe, recibir el golpe y sentir ternura. La turbulencia del lenguaje de Nadia Prado se corresponde con lo atribulado que es vivir.
Del prólogo de Julieta Marchant
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