Desde la travesía de Diego de Almagro y su gente, el desierto de Atacama empezó a perfilarse como un espacio al margen de cualquier cartografía territorial o mental. En las últimas décadas el siglo XIX, época en que se acentuó la explotación de sus riquezas, el desierto comienza a ser descrito, creando un nuevo paisaje, amalgama entre la naturaleza y la percepción humana. Esta relación incorpora el desierto a la configuración mental de los chilenos y forma parte de la historia intangible de Chile.
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