En un momento histórico y político en que los signos han sido cooptados y redirigidos, han perdido su potencial, el trazo de Soledad Fariña aparece disputando la no movilidad de la letra. En este estado es que la poética de Fariña urde una relación molecular, material y sonora con el mundo, mediante una voz que siempre es trazo y un trazo que siempre es voz. Entendemos por molecular aquella labor que nos permite desplazar nuestro encuadre hacia la materia: la realidad del polvo, de la tierra, de los fluidos, del color, alejándonos de la abstracción como modo de pensamiento de los elementos con que cohabitamos el mundo.
En la vastedad de su escritura, Fariña experimenta con distintas formas de materialización de la palabra, un volcarse en este paisaje que es construido por el poema y su aproximación molecular a la realidad.
Del prólogo de Emilia Pequeño Roessler
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